Desde primera hora de la mañana se respiraba en la Fonda Loro la atmósfera propia de las grandes fechas. No era la primera vez y el personal de servicio ya sabía reconocer en Eugenio y María los detalles que anticipaban algún acontecimiento especial, de esos que ocuparían corrillos y tertulias por todos los rincones de Logrosán durante semanas.
El principal delator de ese estado de activación era el teléfono número 2 que, desde su posición de privilegio en el hueco de la escalera se aprovechaba de una acústica propicia para hacer llegar sin misericordia alguna el irritante sonido su campanilla hasta el último rincón de la afamada fonda.
Aunque atenuado por la distancia, el sonido del teléfono alcanzaba hasta la habitación número 1, destinada a las personalidades y huéspedes de alcurnia. Su ocupante trataba de acomodar sus ojos a la luz que ya entraba por la ventana. A su sobresalto inicial, se le añadió inmediatamente el vuelco que le dio el corazón al oír su nombre: “¡Don José Calabuig, …, al aparato!”
Mientras se ajustaba el batín de seda que le acompañaba a todos sus viajes, no recordó tener ningún asunto pendiente que pudiera requerir una conferencia telefónica y menos a esas horas. Aceleró el paso hacia la escalera y comenzó a bajarlas cuando nuevamente oyó su nombre.
Ya voy chico, ya voy, ni que me llamaran del Pardo.
El joven soltó el teléfono como si le quemara diciendo.
Don José, tiene una conferencia desde el Palacio del Pardo.
Don José, que ya se había recuperado del sobresalto inicial, trasladó a su rostro de inmediato el impacto que le causó escuchar el origen de la llamada. Atravesando el nudo que se le formó en la garganta consiguió hacer oír su voz.
Don José Calabuig al aparato, con quién tengo….
La voz metálica desde el otro lado de la linea interrumpió el saludo.
Aguarde a la escucha, le va a hablar el excelentísimo señor don Fernando Suertes, jefe de la casa civil del caudillo.
El nudo inicial debió de ir aumentando su tamaño porque durante la eterna espera, a don José, el todopoderoso ingeniero director del proyecto de la línea férrea que habría de unir Villanueva con Talavera, le empezaba a faltar el aire.
El auricular emitió unos chasquidos y sonó la voz anunciada.
Amigo Pep, que tal por esas tierras. ¿Has probado ya las perdices de María?
Si, excelentísimo señor.
Por favor, llámame Fernando.
Y sin dar tiempo al Ingeniero a contestar, continuó.
Me he puesto en contacto directamente contigo porque no me gustan los intermediarios y me consta que reúnes en tu persona el mando organizativo suficiente de esa obra patriótica como para llevar a cabo lo que te va a detallar ahora el coronel González al mando de la superintendencia de logística. ¿De acuerdo?
Soy todo oídos Fernando. Quizás sobreestimes mi capaci…
Sabía que podía contar contigo, Pep. Como te he dicho, ahora te llamará Argimiro González, que lleva el detalle de todos estos asuntos de logística e intendencia. Él te dará las instrucciones precisas para que todo salga a pedir de boca. Que la Santísima Virgen del Consuelo te propicie un buen día y ¡Viva España!
Recuperando todavía el resuello, el Ingeniero, como era conocido en la zona, intentó responder con un grito que murió antes de nacer, cuando ya en el auricular sonaban los pitidos que indicaban el corte de la línea.
¡Viva!
Don José se quedó paralizado y dudando si esperar la llamada o volver a su estancia y vestirse adecuadamente. Enredado en la duda sonó nuevamente el teléfono. El señor Loro, que había asistido discretamente desde su despacho a todo lo ocurrido y hablado, buscó la mirada de don José para hacerle una seña e indicarle que no descolgara el teléfono.
Don José, pase a mi despacho y le transferiré la llamada, confíe, déjeme a mi contestar.
El Ingeniero se dirigió al despacho del señor Loro mientras este ya iniciaba la conversación.
Buenos días, ayudante de campo del Doctor Ingeniero Calabuig, al aparato. ¿Con quien tengo el gusto de hablar?
Le habla el Capitán Bermúdez. Páseme con el Ingeniero y que se mantenga a la espera del Coronel González.
Disculpe Capitán. El Doctor Ingeniero Calabuig está muy ocupado. Páseme la llamada cuando el Coronel esté ya a la espera.
El capitán Bermúdez, sorprendido por la contestación del señor Loro, con voz titubeante contestó.
Le paso con el Coronel.
Don José, desde dentro del despacho, hacía señas ostensibles al señor Loro de que accediera y le pasara la llamada. Pero este continuó.
Mi Coronel, le habla el ayudante de campo del Doctor Ingeniero Calabuig, le paso inmediatamente con el Doctor.
El señor Loro movió el conmutador para transferir la llamada al despacho mientras el Coronel, todavía sorprendido por haber quedado a la espera, inició la conversación.
¿Doctor Calabuig? Coronel González al aparato.
A sus órdenes mi coronel. Le habla José Calabuig. Me ha anticipado su llamada Fernando, espero sus instrucciones.
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