El comercio viejo de mi padre tenía de casi todo, incluyendo entre otros, bacaladera, balanza con pesas, surtidor de aceite con bomba de mano, bomboneras con caramelos, arcón de harina y al fondo más fresco, alacena para los chocolates y tinajas para los quesos en aceite. Pero no tenía frigorífico. Ese avance llegó cuando se reconstruyó y lo trajeron los de LUCAS REFRIGERACIÓN de Cáceres ya a finales del año 1966. Era un aparato robusto, accesible mediante 4 puertas frontales paneladas de color azul avutarda sorda; las dos de arriba acristaladas que permitían ver el interior.
Rápidamente tomaron posesión del flamante aparato las botellas de La Casera blanca, naranja, limón y cola (si si, también cola) y días después las cervezas de El Gavilán, grandes y chicas. Tardó unos días Manuel Rosa Ortiz en traer desde Villanueva de la Serena el primer jamón york junto con mortadela con y sin aceitunas. Poco a poco fueron llegando inquilinos a aquella comunidad del frío, entre ellos los FLAG que venían de Talarrubias.
Lo de los yogures fue más elaborado y casi por casualidad. Una tarde fuimos a Trujillo, al almacén de Don Rodrigo Barrado que distribuía el butano y mi padre acabó pronto lo que iba a hacer allí. Dijo entonces mi madre que, como quedaba tarde por delante, subiéramos a la tienda de Quinito, frente a las escaleras de abajo de la calle Tiendas para comprarme allí una trenca con la que tener algo abrigado para la navidad y el crudo invierno. Cerraban ya los comercios cuando salíamos de Quinito con la trenca puesta y, subiendo la calle Tiendas, dijo mi padre que entráramos a saludar al Sr. Rojo a su cafetería y merendillear algo para aguantar hasta la cena. Yo acepté encantado de poder comerme un mojicón con cocacola que, hasta que descubrí el sandwich mixto, era mi cima gastronómica.
Mi padre puso al corriente al Señor Rojo de los cambios hechos en nuestro comercio en Logrosán y, cuando mencionó el frigorífico, el trujillano cortó la explicación, se metió tras una cortina al final de la barra y volvió al instante con una caja de alambres bastante gruesos cruzados de forma que se formaban cuadrados. Como las cajas en las que venía la sidra champan el gaitero, pero de alambre. En cada cuadradillo había una especie de vasito con tapadera lleno como de leche que no se movía.
Yo intervine diciendo:
¡Treinta!
El Señor Rojo todavía agitado del trajín contestó:
¿Qué dices rico?
Hay 30 vasitos.
“Mu espabilao” el pequeñajo.
El Señor Rojo me ofreció comerme uno, cosa que yo acepté a regañadientes al ver la mirada atravesada de mi madre diciendo que sí por mi. Cuando probé la primera cucharada, aquello sabía a rayos y me quedé mirando las letras grabadas en cada bote: DANONE.
Rojo aclaró que era “mu bueno pa la barriga” y que si no estabas malo era mejor echarle un poquiyo (los de Trujillo hablaban con la “Y”) de azúcar. A buenas horas, pensé.
Mi padre que debía estar barruntando que esto era el enésimo invento de los trujillanos, siempre dispuestos a distinguirse de los puebluchos, dijo dirigiéndose a Rojo:
Y esto, …, ¿Cómo se llama?
¡Yugú!
No no, si digo PVP, que a cuanto tengo que vender cada bote al público.
La labia del Señor Rojo, unido a que esta primera caja sólo se la pagaba si se vendía, convenció a mi padre que terminó cerrando el asunto con un poco convencido:
!Bueeeeno está!
Niño, lleva esto al coche del Señor Orellana que está en la plaza frente a la farmacia y vosotros que tengáis buen viaje y que no os coman los lobos por esas sierras. Mi hijo Pepe pasará el martes que viene por Logrosán a ver cómo ha ido la cosa.
Me temblaron las piernas con lo de los lobos y me faltó valor y descaro para contestar "A nosotros nos comerán los lobos, pero tu yugú, ese seguro que no se lo comen.
De vuelta ya en el 600 azul, mis padres comentaron con poca fe el invento del señor Rojo, mientras yo echaba de menos el gustillo que el mojicón me había dejado y el yugú había devastado. Las curvas grandes de los Lagares ya no las vi y sólo abrí un ojo cuando mis padres rezaron la salve al pasar por la ermita de Fuentesanta y el otro cuando, ya en casa, mi madre dijo "Este con el mojicón y el yugú tiene bastante. Y reza antes de dormirte."
Entre sueños pensé yo: ¡ya valdrá con la salve!
Mi padre fue presentando el nuevo producto que no tuvo ni mala aceptación ni buena venta al principio. Los comentarios iban desde:
“no saben que inventá con tal de sacarte las perras” y “yo las purgas las compro en la farmacia” a otros más positivos pero tampoco alentadores para la prosperidad del negocio:
“mira hijo, lo que ha dicho papa que venden en Alemania; pal día la virgen vamos a comprar uno”.
El Señor Rojo, con su visión comercial, aumentó con el tiempo el negocio y, aunque pronto llegaron los yugús de sabores (fresa, limón y vainilla) y en vaso de cartoncillo, mi padre siguió comprando los naturales de vasito de cristal (retornable) a su descubridor de Trujillo.
Su hijo Pepe hacía el porte los martes. Pero Pepe se sacaba unas perrillas algunos domingos vestido de negro. En algunos de ellos rifaba penaltis en el Palomar con singular desacierto para los locales, lo que hacía que el suministro de los yugús blancos de vasito de cristal estuvieran en ocasiones agotados hasta el martes siguiente. Pepe vestido de negro le había cogido pánico a la charca Parrala y el martes estaba demasiado cerca del domingo y el pilón de la plaza del comercio de Orellana.
Sin embargo, fueron considerados producto de lujo durante un tiempo. Tal fue así que presencié esta escena en el comercio cuando, al volver de la escuela, entraba en el comercio tirando la cartera que se arrastraba hasta refugiarse en la zona de la casa cerca ya de la salita.
Dice mi padre a una clienta “50 gramos de jamón york y qué más te pongo?”. En eso entra una señora a la que yo tenía que ir a cobrar todos los meses a su casa. La primera le contesta a mi padre “un yugú” mientras la segunda repite como un eco “ooh! un yogourt”. La primera bajando la voz añade “de limón”. El eco interviene de nuevo “claro, …, de limón”.
Y la primera concluye entre lágrimas:
¡"TAEL" NIÑO MALO!
JMGOL
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