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PRIMERA TV COLOR EN LOGROSÁN (POR UN MERENGUE COLCHONERO)


 


 

SIGUE EL RELATO "EL VAGÓN DEL SILENCIO"






 

Alguien aún se preguntará que qué es eso de la TV COLOR. Seguro que es alguna persona joven. Si no lo es, está claro, es un carroza tratando de hacerse el joven. Pertenezco a una generación que tuvo el privilegio de saber lo que era ver en blanco y negro. Se dice, más bien se decía, que hay quienes sueñan en blanco y negro. Simple y llanamente me lo creí. Y seguro que era verdad.


Pero, ahora, al reeditar este cuentecillo que escribí hace 5 o 6 años y para comprobar cómo estaba la cosa, he introducido en la ventanita del buscador Google: "sueños en blanco y negro".


No diré que me he sentido adivino, porque en realidad, una vez leído, me ha parecido algo tan obvio, que no me he atribuido mérito alguno por pensarlo previamente: los humanos hemos soñado en blanco y negro, porque hemos conocido, casi vivido, el blanco y negro a través de las fotografías y la televisión.


Supongo que lo hacíamos por el astronómico precio que tenían las primeras TV en color. Debíamos pensar que ni en sueños nos podíamos permitir el color.


Acabaremos el 15 de mayo de 1974, o, para ser más rigurosos, el 17, pero la historia de esta confluencia de acontecimientos y alteración de sentimientos en una caja de menos de la octava parte de un metro cúbico comienza casi dos años antes. Voy a contároslo:


El Sábado 6 de Mayo de 1972 amaneció en Madrid un día perezoso, quitándose de encima las brumas que traen los días de Mayo que siguen a un chaparrón en la madrugada.


Hay quienes dudan de que el ministerio sacerdotal nos allane el camino que al final habrá de abrirnos las puertas del cielo; es más, dudan hasta de la propia existencia de tales puertas y del mismísimo cielo. Pero doy fe de que el alzacuellos, que distingue (más bien distinguía) en su indumentaria a los sacerdotes, abría sin mucha dificultad las puertas del Bernabéu, al menos los días que no había partido. Y las abrieron para tres feligreses del "Madrí".





Cuando el sol peleaba con las últimas brumas, mi tío Andrés conseguía sin pelea alguna el acceso para que su sobrino cumpliera uno de sus sueños: visitar el Estadio Santiago Bernabéu. Era como un bautismo en seco que me impregnó de forma indeleble de madridismo irreflexivo hasta, de momento, hoy.


Pero el día no había acabado. Quedamos mis padres, mi tío y yo a media tarde a tomar un café con Don Rafael en un bar de la Glorieta de Quevedo. De distinguida presencia, el compañero en el sacerdocio castrense de mi tío, bromeaba con que su alzacuellos sólo podía ser blanco y por ende él solamente podía ser merenge, es decir, del "Madrí".


Me hacía gracia y me aliviaba esa campechanía con la que trataba temas que en la clase de religión de Don Francisco sonaban tan severos.


Pero lo que realmente me hizo gracia y me introdujo en el terreno de los sueños fue el momento en el que don Rafael sacó del bolsillo exterior de la americana dos entradas para el At.Madrid-Real Madrid del día siguiente en el Manzanares (el verano anterior había pasado a llamarse Vicente Calderón).

Era el penúltimo partido de liga y el Barsa nos pisaba los talones. Las horas que faltaban hasta llegar al campo y ver a los futbolistas salir al campo, pondrían a prueba mi capacidad para gestionar la impaciencia.


Fue una tarde agridulce. Los del “aleti” nos dieron bien pal pelo, y sólo el temple de Manolo Velázquez me salvó de tener que esperar a otra ocasión para ver mi primer gol en directo de las glorias deportivas.


Don Rafael no sabía si reír o llorar al ver el disgusto que me estaba llevando en mi confirmación como madridista. Era toda una bofetada en la cara la que me llevé de los del "aleti"h de la vieja guardia con Luis Aragonés al  frente de la tropa.


Don Rafael me había explicado lo del marcador simultáneo Dardo. Una información críptica pero efectiva. El Barca jugaba en Córdoba; su clave Dardo era “IKE”: “Camisas IKE tres largos de manga por talla”. En el césped del Manzanares todo era ya anodino y casi no me salía la voz cuando vi el punto rojo en la casilla del Barsa.


  • Don Rafael Don Rafael, el punto, el punto rojo, rojo, …,…. 


Los pocos transistores sonaron a una: penalti dudoso de Rifé a Manolín Cuesta, zozobra, y ... gol. Final de los partidos y el "Madrí" campeón de liga.


Un año después, también mayo, era por San Isidro y mi madre estaba de médicos en Madrid y aquella tarde tenía cita en la Calle Ayala, entre Serrano y Velázquez (el que marcó el gol al "aleti", no, el otro, el pintor). Me quedé haciendo tiempo con mi tío y nos fuimos al Sears (hoy Corte Inglés) de Serrano. Allí vi por primera vez una televisión de color. Echaban los toros que unos cientos de metros más allá se estaban lidiando en Las Ventas.


Fue una sensación visual sólo comparable a la que había tenido cuando fuimos a ver las cuevas de estalactitas y estalagmitas en la Gruta del Águila de Ramacastañas junto a Arenas de San Pedro. Allí, entrabas en una cueva toda oscura y, de pronto, se encendían las luces y todo se llenaba de colores. Pero los tonos tendían excesivamente al rosáceo y eran dudosamente creíbles.


Y por fin otro año después se produjo el acontecimiento que da título a esta colección de recuerdos. Era 15 de mayo de 1974, aunque no era fiesta, no había que ir a la escuela y por la mañana habíamos subido a la ermita para asistir a la misa de San Isidro.


Allí se hablaba poco del campo y de lo que sí se hablaba mucho era de que la Señora Francisca, seguramente influida por su Diego, había traído una televisión de color y que seguro que echarían en el bar la final. El personal no se lo creía mucho y la opinión general era que se trataba de un bulo.


Las mariposas que habían acudido al festejo, de pronto parecieron meterse todas en mi barriga. En aquellos tiempos, los españoles (o eso creía yo) íbamos siempre con los equipos españoles cuando se enfrentaban a equipos extranjeros y, la semifinal contra el Celtic en Glasgow había encendido el ardor guerrero patrio más allá de los colores. La armada "invencida" del Manzanares en el Celtic Park había resistido a las hordas escocesas al mando del turco Babacán. Con la excusa de lograr una plaza en la final de Bruselas, se vengó por enésima vez vengar la muerte de María Estuardo.


Pero yo recordaba aún con amargura la humillación en el manzanares de dos años antes y la vuelta con Don Rafael, calle Toledo arriba, con los colchoneros hurgando en la cuádruple herida. Tenía que tomar una decisión y quedaban pocas horas.


Lo primero era enterarse bien de lo de la tele en color, cosa que hice de vuelta de la ermita antes de recoger los periódicos en la Doaldi. No anduve con intermediarios, entré en el bar que coloquialmente conocíamos por su nombre y pregunté directamente a la señora Francisca. La respuesta no admitía dudas.


  • Se va a echar el partido, pero arriba en la discoteca de mí Tomás. Así os tomáis algo que si no os arrimáis os arrimáis y nadie consume y esa tele hay que pagarla, que vale muchísimas perras.


  • Señora Francisca, y cuanto va a costar arriba una "pesicola"?


  • Ocho pesetas. Y si lo ves entero más te valía tomar dos.


  • ¿Y puedo subir a verla?


  • Anda Orellana, tira "pacasa". ¡Tú siempre diciendo cosas raras!


  • Bueno, yo subo. Tomás está arriba, que se le ve por la ventana.


Yo había subido a la discoteca en alguna boda y la última vez que habían venido los de los caballos la víspera del 12 de octubre camino de Guadalupe. La tenía memorizada: las puertas con muelles de vaivén para entrar, los cartones de huevos en el techo sobre la barra, la bola de espejos, el balcón largo sobre la carretera, la puerta impracticable con ventana a ninguna parte tras la que estaba la cabina y los cubos de madera azul oscuro.

Sobre varios de ellos, apilados en reducción, estaba ya presidiendo la sala desde el rincón junto a la ventana del patio de luces una PHILIPS de 23”.




 

Tenía la pantalla a la izquierda y el altavoz oculto a la derecha, con seis botones redondos,  entendí que para diferentes canales, en algún sitio lo había leído. Abajo del todo, en el lado de los botones, estaban los tres rectángulos con los tres colores azul rojo y verde igual que los del cartel luminoso que habían colocado los Andrada en la tienda que tenían subiendo a la plaza de Trujillo.


Tomás me miró con la cara que se mira a lo que no tiene remedio y, con tono de voz desilusionante, me dijo.


  • Hasta las cinco y media no hay "ná”.


Un servidor no había atravesado la mirada acerada de la señora Francisca para ver un objeto inanimado e insistí.


  • ¿Y la carta de ajuste?


Tomás, que esperaba mi réplica, dijo arrastrando la “i”.


  • A las ciiiiincooooooooo.


Entendí que daba por concluida la negociación. Pero yo no había subido para empatar, tenía que seguir hasta conseguir la victoria.


  • En el canal 13 de Montánchez ponen unas barras verticales con un pitido que seguro que son de colores de verdad. Porque ¿La tienes en el canal 13, no?


  • ¡Hay que "joerse" con el niiiiiiiño!


Tomás, finalmente, tiró la toalla y pulsó el botón mágico que daba acceso a una nueva era que condicionaría a la postre hasta el color de los sueños. Sonó un ruido en el interior del aparato y me temí lo peor. Fue sólo un susto porque antes del despliegue vertical de colores, un pitido estridente, pero que a mí me pareció celestial, se nos metió en los oídos e inmediatamente después aparecieron las maravillosas barras verticales de colores.


Ni el mejor partido y más emocionante partido de fútbol ni, por supuesto, la mejor de las series actuales, me han cautivado tanto como los diez segundos que Tomás dejó en marcha la tele a ritmo de pitido insufrible.


  • Gracias Tomás.


  • Aquí no aparezcas hasta que no empiece el partido.


Así me despedía Tomás mientras yo entraba en una nueva era. Lejos quedaban los filtros de tres colores horizontales. Eran el quiero y no puedo. Yo había visto uno en casa de unos familiares en Miajadas y proporcionaban unos colores irreales que dotaban de facultades camaleónicas tanto al caballo del malo huyendo pantalla adentro, como al mismísimo caudillo inaugurando pantanos. 


Desde luego nada parecido al cromo 313 del álbum MAGA “LA NATURALEZA Y EL HOMBRE” en el que hacía ya 7 años que aparecían unos payasos de colores encendidos.





En realidad esta era la primera vez que veía propiamente una tele de colores. La que había visto en SEARS de Serrano, justo un año antes, aunque era de verdad, no un filtro, no dejaba de ser una variedad de rosáceos que disfrazaban la realidad.


Recuperado tras la emoción y las reflexiones, entendí que mi tiempo se había agotado y para entonces asomaba a la altura del casino la DOALDI de las dos menos cuarto, el tiempo justo para recoger los periódicos que mi padre vendía en su comercio.


La tarde entre mariposas, capullos, gusanos, morécanos y hojas de morera, al final no fue tan larga. Con media hora de antelación ya estaba yo esperando a que Tomás abriera la puerta que da a la carretera o avisara por el bar bajando por la escalera estrecha de los servicios. Pero no hizo falta, cuando salió la señora María camino de su casa por la puerta de la carretera, me colé y me metí en el cuarto bajo la escalera donde estaba el teléfono de los pasos. Cuando Tomás bajó a avisar al bar por los servicios de que ya se podía subir. Yo eché a correr escaleras arriba. Tomás renunció a seguir luchando contra lo imposible y dio por bueno mi sitió que fue respetado un mes después durante todo el Mundial de Alemania 74.


Lo que cerró aquella noche del día de San Isidro se puede leer en las crónicas y lo que siguió 48 horas después también.


A pesar de la impotencia de dos años antes en el Manzanares, este merengue estrenó la tele en color con lágrimas blanquirojas.


Al fin y al cabo, tampoco es mala mezcla, ser del Madrid para triunfar y del Aleti para llorar.


Para sufrir dentro del Calderón, aunque no sea mi casa (Sabina dixit)!

 

JMGOL60 (OCTUBRE2019)

REEDITADO FEBRERO 2024

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