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LA EVOCACIÓN, MI FORTÍN (1) (el inicio de la amenaza)

Updated: Feb 18


 

¿Cómo empezar un año nuevo?

Era el día de año nuevo y tocaba iniciar algo distinto, pero eso sí, que no fuera ir al gimnasio, hacer dieta, retomar el inglés (ya voy por el verbo TCHUJAV) o dejar de fumar, aunque no hubiera fumado nunca.


Pensé que era el momento adecuado para reflexionar. Siempre lo es, pero el inicio de un año daba un pretexto y algo parecido a un impulso, similar a cuando te compraban un bloc de muelle y era irrefrenable empezar a escribir con caligrafía renovada y limpio, sin tachones.


¿Pero, sobre qué hacerlo? Hace años que le vengo dando vueltas al papel menguante del humano frente a la invasión cibernética, de la que, por cierto, soy fiel colaboracionista.

En esas vueltas, siempre emerge una palabra de la que, como humano menguante, presumo que es un territorio inaccesible para los ordenadores y máquinas cibernéticas en general: las MÁQUINAS con MAYÚSCULAS!


Esa palabra es el verbo: EVOCAR.


Pero antes de desarrollar lo que me evoca el verbo EVOCAR, necesito introducir una aproximación al porqué de la inquietud de reflexionar sobre tal cosa rebuscada, estrafalaria, densa, compleja, inapropiada, pedante y no cercana.


¿Es realmente menguante el papel del hombre en el reparto de la carga de trabajo intelectual a desarrollar en el mundo?

¡Que no cunda el pánico! A lo largo de la historia, el hombre ha ido encontrando seres (animales/cosas) menores a las que encargarles las tareas más penosas sin que ello haya supuesto peligro alguno en su supremacía terrenal, más bien al contrario. Pongo sólo un ejemplo: ¿alguien echa de menos hacer un Madrid-Sevilla en troncomóvil cargado con dos maletas de 30 kg y desollando las plantas de los pies Despeñaperros abajo?


(si entre los ávidos lectores que hayan llegado hasta aquí, alguien lo echa de menos, frente a ir en AVE, por ejemplo, que busque en esta web mi contacto para contármelo y cruzar unas palabras al respecto)


Afortunadamente Gutenberg y la celulosa transformada en papel llegaron antes que Graham Bell y la expansión de su teléfono, evitándonos con ello tener que aprender la guía de NYC entera (y comprendiéndola, que remataba el chiste de la época).


Las máquinas sustituyeron al papel en su capacidad de almacenamiento y aportaron la indexación y la capacidad de búsqueda. ¿Que qué es la indexación? Pues algo que evita que, si la guía de teléfonos de NYC se mete en 10 tomos, necesites otros 10 de color azul para buscar el número de teléfono del señor que vive en 59th Fith Avenue tercero izquierda.


Festejábamos sin saberlo este avance, cuando al poco tiempo empezó a emerger el inocente buscador, se hizo ventanita y habitó entre nosotros. Me extenderé en otro momento sobre los buscadores, pero, en pocos años, han pasado de saber la respuesta a nuestras preguntas a saber "qué coños queremos preguntar".

Es decir, que nos dan la respuesta que desconocíamos a la pregunta que no sabíamos formular. La evolución se adivina imparable.


Soy máquina: ¿cómo se accede a un humano?

Mientras todo esto iba ocurriendo, unas cortas décadas, las máquinas luchaban sin éxito contra lo único que se les resistía de forma pertinaz (y lo escribo en mayúsculas), su gran DORADO: !EL ACCESO A LA YEMA DEL DEDO ÍNDICE DE LA MANO DERECHA DE UN HUMANO MEDIO!


NdA: tras una mutación cromosómica reciente, la yema del dedo índice ha sido sustituida por las yemas contralaterales de ambos pulgares (de momento de la mano)!


Las máquinas, inmersas en su intraevolución, habían fracasado en su acceso al ser humano, encontrando de parte de éste su rechazo más absoluto. Se vistieron de botoneras con luces de colores parpadeantes, de teclados que escribían sobre papel pijama, de teclados que escribían sobre pantallas en blanco y negro primero, en verde, nada, en ámbar, tampoco, en color, nanai, fracaso total. Nada de eso seducía a la ansiada yema, más bien al contrario.

El humano había firmado un pacto de fidelidad con un ciberser menor: el mando a distancia de la tele.


Soy teléfono: si hombre, el de toda la vida, de hecho llegué antes que tú a casa!

Andaba por ahí perdido otro ser en busca de su identidad. Lo he mencionado antes de forma colateral. Se trataba de un ser propicio al chiste y al gag de humor, pero que sin saberlo, atesoraba un activo del que las MÁQUINAS con MAYÚSCULAS adolecían. Había conseguido colarse en nuestras vidas, en nuestras casas y hasta en el cuarto de baño: ¿qué familia bien no había puesto un supletorio conectado a la cisterna?


Su propensión a la parodia les había otorgado la pátina de inocentes. Quien iba a sospechar del zapatófono de Maxwell Smart (el Superagente 86), del inseparable amigo/herramienta de Miguel Gila, del piticlín de Bigote Arrocet o del Heraldo que permitió a Josema y Millán contactar con Encarna desde la noche de Móstoles. Si hasta Elena Francis, en su infinita sapiencia, lo usaba a diario.

Sólo Mercero y Garci advirtieron en 1972 del atrapador poder de la inocente maquinita. Pero todos pensamos en su día que López Vázquez era un estúpido y que bien merecido se lo tenía por no salirse a tiempo de La Cabina. Advertidos quedamos.


El teléfono, como buen vivíparo, nació con cordón, eso sí, la comadrona tardó casi 100 años en cortárselo. Una vez cortado, tuvo un caminar errático y de apariencia a veces grotesca. Metido en un maletín portado por mayordomo, en la consola central de un "Haiga", de tamaños y pesos halterofílicos. Pero siempre al lado, silente e inocente. Eran años en los que el tamaño sí importaba, a la inversa. La jibarización al poder.


Soy teléfono: ¿qué puedo hacer por ti?

Tanto fue así, que cuando las MÁQUINAS con MAYÚSCULAS repararon en su existencia, una yema de dedo índice de la mano derecha, de tamaño medio y debidamente adiestrada, pulsaba cuatro teclas simultáneamente. Se hubo de dar marcha atrás y, a base de pienso compuesto de pulgadas, megapíxeles y gigabytes hacerlos crecer nuevamente hasta conseguir que su tamaño fuera compatible con la presbicia.


No había marcha atrás, ELLAS habían encontrado en el entrañable teléfono su particular piedra angular (*) sobre la que construir la vía de acceso a las yemas de los dedos de los humanos (índice o pulgares).


 

(*) En una pequeña muestra de los accesos a esta web, obtenida de la herramienta Google Analytics se puede observar que el uso de móviles en el acceso a la red acapara el 80-85%. ¿Es clave la llegada del teléfono móvil al rol de intermediario entre la yema y la máquina?


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