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CAPÍTULO 20: LAS MANTAS

Updated: Apr 27


EL VAGÓN QUE LLEGÓ ¿Cómo quedó el Capítulo 19?

 
 
 

  • Esta vez, Pep, voy a empezar por el final para no hacerte sufrir. La idea de pasar a Francia partió de Guadalupe muy al principio de la guerra. Todavía en 1936 se lo expuso a sus padres que, durante meses, lo rechazaron. Pero, según se desarrollaba la contienda, fueron los padres de Guadalupe los que lo empezaron a valorar y al final le hablaron a la hija de activar el plan. Habían llegado a la convicción de que, antes o después, la guerra se les llevaría por delante la irracionalidad y el sectarismo, independientemente del bando victorioso y todo por un único pecado era ser diferentes.


  • Argimiro, ... ¿Son palabras tuyas o me trasladas literalmente lo que Bastianne escribió en "Le Cahier"?


  • Yo te he extraído la síntesis de lo que Bastianne escribió y y además te digo que estoy de acuerdo con ello.


  • ¿Reconoces entonces la irracionalidad y el sectarismo en ambos bandos?


  • Pep, todavía no entiendo el motivo por el que en estos dos días, ante una persona que, hasta ayer era un perfecto desconocido, dejo a la vista opiniones y puntos de vista que mantenía ocultos incluso a mí mismo.


  • Puede que estuvieras necesitando aliviar presión como si fueras una máquina de Watt.


  • Pep, se nota que eres de Caminos, que siendo casi perfectos, os falta el casi. Está casi bien el símil, pero yo no necesito regular mi presión, necesito aliviarla. Y respondiendo a tu pregunta te diré que, con estas tres estrellas encima, la respuesta es obviamente no. Pero, le prometí a mi padre que nunca perdería mi capacidad de análisis y crítica. Él sostenía que había que estar preparado para verse a uno mismo pensar de una forma y actuar de otra. Y añadía que, en el límite, eso era preferible a pensar según lo que te veas obligado a hacer.


  • Te agradezco, Argimiro, la confianza que depositas en mí.


  • Continúo. Los tres sabían perfectamente que necesitaban un plan viable y eso estaba fuera de su alcance. Según cuenta Bastianne en sus notas, ninguno de los tres quería pronunciar su nombre, pero una empresa de ese calibre necesitaba la intervención directa de Don Alfredo.


  • Bien decías que volvería a aparecer. ¿Habías leído ya "Le Cahier"?


  • No Pep. Fue pura premonición.


  • Pero, ... ¿Quién es don Alfredo?


  • Esa, Pep, era la pregunta que esperaba que no me tuvieras que hacer. Pero, ayer ya comprendí que inevitablemente se cruzaría en nuestra historia. No sabía cuando ni en calidad de qué, pero nada alrededor de don Alfredo ocurre por casualidad. Prefiero no tener que dar una definición formal de don Alfredo que, además, no sé si estaría en condiciones de hacerlo.


  • Pero, Argimiro, permíteme una pregunta inocente. ¿Don Alfredo no tiene informe de conducta al que un "pase pernocta" como tú tenga acceso?


  • Sibilino amigo Pep. Sabes perfectamente que esa "inocente" pregunta es doblemente maliciosa. Por supuesto que don Alfredo no tiene informe de conducta.


  • Pero, dijiste que si no tenías informe de conducta, o no eras nadie, o no eras. ¿Cual es el caso de don Alfredo?


  • Pep, te recuerdo que el que iba a hacer las preguntas era yo. Pero ...


En ese momento se oyeron unos golpès en la puerta del despacho.


  • Disculpa un momento, Argimiro. Llaman. ¡Adelante!


La puerta se abrió lentamente y tras su giro apareció el señor Loro con una bandeja en la que llevaba una jarra de agua, una botella de vino y medio pan. Don José se quedó mirando fijamente a la bandeja y por fin, apartando el teléfono de su cara, dijo sin mucha convicción:


  • Eugenio, celebro que hayas retornado a las buenas costumbres como es la de esperar a recibir permiso antes de abrir la puerta.


Por el auricular del teléfono se oía la voz del Coronel reclamando al Ingeniero.


  • ¡Pep, pep! Deja que Eugenio escuche la pregunta que quiero hacerle.


El Ingeniero hizo una seña a el señor Loro y este acercó su cabeza al auricular de forma que ambos podían escuchar a su interlocutor desde El Pardo.


  • Buenos días Eugenio.


  • Buenos días, mi Coronel. A las órdenes de usía.


  • Por lo que llevo escuchado estos dos días, me consta que es usted una persona de amplios conocimientos de la vida en general y con un fino olfato para apreciar la condición humana.


  • Permítame mi Coronel, pero miedo me da esa introducción que hace de mi humilde persona. Supongo que ahora detrás viene la bayoneta.


  • No te falta razón Eugenio porque ahí va: ¿Cómo definirías a don Alfredo?


  • Mi Coronel, esto no es una bayoneta. Esto es la suma de los sables de los Tres Mosqueteros frente a Richelieu.


  • Pues adelante Ilustrísima.


  • Don Alfredo es aquella persona que si lo tienes enfrente desearías que no existiera y si tuvieras la certeza de que está de tu lado, aunque ganes, preferirías que no te hubiera ayudado. Pero el problema con don Alfredo es que nadie ha conseguido saber si está en su lado o enfrente y, lo que aún le hace más inquietante, nadie quiere saberlo.


  • Eugenio, aunque lo que dices pueda parecer críptico, ciertamente hablaste ex cátedra. Has descrito con precisión lo que yo también pienso y nunca había sabido trasladar a palabras. Ciertamente que no me han engañado contigo. Tendría que reclutarte para mi equipo. Te debo una.


  • Gracias mi Coronel. Por esa una que me debe. ¿Le puedo hacer una pregunta que siempre me he hecho?


  • Adelante Eugenio.


  • ¿Rufino conoce a don Alfredo?


  • Eugenio, tu sable no es el de los Mosqueteros, es el del mismísimo D'Artagnan. Rufino, al que seguramente tú también conoces, dice de él: "Es la persona que no existe que más ha ocupado mi pensamiento". Y una última gran duda, permíteme Eugenio. Conseguir en la España de finales del treinta y ocho, inicios del treinta y nueve entrar en contacto con alguien en Francia para después llevar a tres personas desde Almansa a la frontera francesa de forma coordinada, supongo que convendrás conmigo en que es una empresa al alcance de muy pocas personas. Y que, sin duda, una de esas personas sería don Alfredo.


  • Totalmente de acuerdo mi Coronel.


  • Mi última duda es, ... ¿Qué puede mover a don Alfredo a prestarse a proporcionar tan singular ayuda a una familia de la Almansa perdida entre Cáceres y Badajoz?


  • Mi Coronel, lamento no tener una respuesta solvente y precisa para esa pregunta que me hace. Pero creo que le puedo dar una pista que, muy probablemente, le va a permitir encontrarla. Para encontrar el hilo que mueve a Don Alfredo a proporcionar tal ayuda, deberá tirar al mismo tiempo del hilo de la "manta bajera" de Almansa hasta encontrar al miliciano Juan López cerca de San Fermín. Cuando dé con él, seguro que alguien, con "pase pernocta" como usía, sabrá ya que el hilo de la "manta bajera" de Almansa y el hilo que mueve a don Alfredo salieron de la misma "manta cimera" y ya no tendrá duda sobre qué es lo que mueve a don Alfredo.

  • Entendido, he copiado letra por letra lo que has dicho y creo que lo tendré que madurar, pero estoy seguro que daré con la clave del asunto. Gracias Eugenio, ya veo que tú nunca defraudas. Dime una cosa. ¿Tú sabes lo que significa tener "pase pernocta"?


  • Ya sabe usía que, por supuesto que no, pero le digo una cosa: si de algo entiende un posadero es de pernoctas.


  • Eugenio, tráigase al despacho comida para usted y para Don José. Yo voy a pedirla para hacer lo propio aquí y vamos a tener eso que llaman ahora una comida de trabajo al teléfono. Creo que será provechosa tu presencia cuando cuente el resto del contenido de "Le Cahier".


(Continuará)


 
 


 
VISTA DE GUADALUPE Y LOS GUADARRANQUES DESDE EL ALTO JUNTO AL CASTAÑO DEL ABUELO


 


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